Te vi muchas veces.
Pasabas desapercibido
ante las masas cotidianas;
eras como el brillo de una nube
en la boca de la noche
bañada por luces urbanas;
un espontáneo suspiro
de pesares, de fervor,
con deseos y cansancio.
Palpitabas cercano a su alma,
a la orilla del vallado de su mirada.
Florecías como las alas de un ave
en el ritual matutino de la vida
y siempre asías un grito de cielo
en sus labios rosados.
Eres parte de un Dios,
El soplo que emergió
de sus pulmones:
Una invisible flema sacra
burilada en ríos de gloria.
— ¡La vives!, ¡La impulsas!, ¡La enciendes! —
Oh, adverbio propicio a su cuerpo.
¿Piensas volver algún día al umbral,
a besar la garganta
de la eternidad,
arrastrando a tus pies
el fruto de la alegría?
Si con el bello tejido,
tan preciso como el brillo ambarino
en su nido colgante,
formas un mundo perfecto
repleto de sueños, miedo y dolor.
A Blanca C. Santillán